Baraka: Una realidad universal compartida, el mundo como una gran “casa común”.

 Baraka, documental silencioso de 1993, es una obra cinematográfica del director Ron Fricke. Este, presenta una recopilación de escenas diversas provenientes de veinticuatro países a lo largo de seis continentes donde se hace y se ve la vida de formas distintas. En primera instancia, las escenas, evidentemente divergentes, pueden generar confusión. Simultáneamente,  la falta de una voz que guíe al espectador hacia una noción más clara que indique una narrativa conectora de lo que se presenta es un reto que da la oportunidad al espectador de evaluar las imágenes desde una perspectiva reflexiva y personal. En ese sentido, la filmación permite apreciar algo, que debe considerarse como hilo conductor entre lo que aparentan ser imágenes que guardan poca o ninguna relación. Ese hilo conductor de la película es, que el mundo sirve como una gran “casa común”, concepto acuñado por el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si. Concretamente que el mundo es esa casa donde todas las experiencias y complejidades de la persona, unido a sus expresiones religiosas,culturales y sociales, caben en un ambiente de coexistencia. 


En primera instancia, esta concepción de un mundo donde lo externo (naturaleza) y lo interno (lo humano y creado por los humanos) se entrelaza deja en evidencia que existe una interconexión profunda, real y completa entre la persona con su entorno físico externo y natural. Así lo demuestran las constantes imágenes de paisajes y escenarios naturales que son ejemplo de que el espacio natural es uno para construir y llevar a cabo la vida. En esa línea, el documental válida la idea de que tanto los espacios citadinos como las zonas en el campo o los bosques son espacios válidos para crear ciudades y centros de progreso.  Con ello, se puede argumentar que el planeta es la mayor construcción compartida, un canvas pintado por las montañas, volcanes, ríos, pero también por las carreteras, centros urbanos y  grandes edificios llenos de pequeños apartamentos donde habitan los sueños, aspiraciones pero también las dudas y tristezas de las personas. Más allá, la intercalación intencionada de imágenes de zonas ultra desarrolladas con zonas visiblemente preservadas evidencian lo que se exacerba hoy, una desconexión entre la naturaleza y la modernidad, parecería que se pelean entre sí. Ese combate se nota al mirar con detenimiento el filme, sin embargo la noción expansionista del ser bajo la teoría de la casa común a la que apunta este ensayo debe indicar que tan casa son las Islas Galápagos como cualquier residencia privada para una persona. Es decir,  que la naturaleza es una casa compartida para vivirla sin explotarla. 






Por otra parte, el tema de la diversidad religiosa y cultural está ampliamente presente y aporta significativamente a la narrativa unitaria del documental. En ese sentido, cabe destacar que el documental presenta lugares sagrados de reunión, oración y peregrinación, además de ceremonias y rituales de grupos cristianos, musulmanes,grupos indígenas, tribus africanas, budistas, entre otros. La representación de estos sirve para resaltar la universalidad de credos y validar las experiencias espirituales que toman diversas formas y expresiones en cada rincón del mundo. Y eso se liga a la arquitectura, que  no solo sirve para diseñar espacios con fines residenciales o comerciales, sino que está ligada a una tradición de viabilizar la belleza. Concretamente, se está argumentando que la arquitectura es una disciplina que tiene la capacidad de aterrizar ideas de naturaleza artística con precisión técnica. En esa línea, se ejemplifica lo anterior con los lugares y espacios de culto, donde parecería que lo humano abraza y se une a lo sobrenatural para crear una experiencia que reta los límites de la experiencia trascendente de la persona. Ciertamente hay lugares preciosamente ornamentados y minuciosamente diseñados que conducen a lo sobrenatural solo con sus paredes llenas de frescos y sus techos que parecerían tocar las nubes, catedrales imponentes o templos milenarios, pero eso no es todo. Las imágenes del documental muestran que esa misma conexión espiritual se puede explorar en espacios abiertos con poca o ninguna construcción. Es decir, podría argumentarse que cualquier lugar puede ser sagrado, que el mundo en sí es un espacio sagrado. En eso, se debe entender que lo sagrado no está necesariamente ligado a lo que se ve sino a la significación que le den las personas. Por eso, se puede concluir que también los espacios naturales pueden ser espacios para el culto donde los asientos son de tierra, y el cielo es la cúpula o también el Río Ganges en India o alguna montaña donde se vaya a peregrinar y meditar. El documental aporta a la noción de que todo, todos los lugares y espacios pueden ser sagrados y para el culto. No es la construcción sino la significación, la devoción y la fe de las personas que creen que determinado lugar o espacio los conecta con el poder trascendente lo que valida ese espacio. En fin, bajo ese concepto y siguiendo en la línea de ver el mundo como una  gran “casa común”, se puede argumentar que el planeta es un gran espacio sagrado de conexión con lo sobrenatural, con la otra persona y con la naturaleza. 


Por otra parte, se podría argumentar que la vida vibra más en las ciudades llenas de personas, carros y comercios. El documental muestra que los países desarrollados continúan teniendo sociedades profundamente dependientes de los países en vías de desarrollo por múltiples factores vinculados a un ordenamiento socioeconómico que es profundamente desigual. Es decir, la modernidad y el progreso no son intrínsecamente problemáticos, ahora bien,  lo que sí es problemático es que la persona se convierta en servidora de la sociedad para producir mientras que existe en condiciones inhumanas, atropellantes e indignas. Por ende, debe quedar claro que una modernidad cimentada en la desigualdad y explotación no es un proyecto permisible. A su vez,  vivir, como y donde se vive debe estar abierto al cuestionamiento y a la problematización con el fin de imaginar y creer que formas mejores de existir son posibles fuera del marco de la explotación, la asimilación y otras vertientes de la violencia. Cabría también la interrogante, ¿dónde queda la persona y su dignidad en ocasión de que la tecnología y los acelerados avances existentes como la robótica e inteligencia artificial amenazan con suplantar y sobrepasar las capacidades de las personas? 





Octavio Paz, premio nobel y literato mexicano argumenta en su ensayo El uso y la contemplación, que tiene que existir una relación simbiótica para que las cosas puedan servir. Así lo deja claro con la cita, “La belleza era el aura de las cosas, la consecuencia-casi siempre involuntaria-de la relación secreta entre su hechura y su sentido. La hechura: como esta hecha la cosa; el sentido: para que esta hecha la cosa.” Pasa lo mismo con la arquitectura,  una disciplina donde coexiste la precisión matemática y la sensibilidad artística en espacios que tienen que ser útiles, funcionales y bellos. A los efectos del documental se plantea ese tema de la modernidad y la respuesta tiene que seguir los mismos parámetros planteados por Paz. O sea, que ningún extremo (a favor o furiosamente en contra de las nuevas tecnologías) es bueno para contestar la pregunta planteada en el párrafo anterior.  La tecnología es tan necesaria para la persona, como la persona es necesaria para la tecnología. Es decir, que la inteligencia artificial tiene capacidades impresionantes, pero que sólo están vinculadas a el conocimiento que ya los humanos han creado. A su vez, esa misma tecnología ayuda y continuará cada vez ayudando más a reducir la carga a las personas de hacer tareas clericales y automatizables, permitiendo así a esas mismas personas tener tiempo para explotar su creatividad y explorar nuevas avenidas de interés y posibilidad. Y es que literalmente, como muestra el documental, la modernidad no puede suplantar la tradición, porque ninguna busca eso, sino que las personas crean guerras culturales al obviar el mundo de posibilidades que abre el encuentro de estos. La tecnología tiene una precisión impresionante que servirá a arquitectos para crear planos, sin embargo, la sensibilidad creativa y humana que requiere por ejemplo, pensar en la experiencia del usuario en los espacios que utilizará es algo que una máquina jamás podrá lograr por sí sola puesto que no tiene el lente de la complejidad de la persona en sus facetas sociales, colectivas, personales y espirituales. 


En eso, es importante concluir reconociendo que aunque ciertamente el mundo avanza aceleradamente hacia tiempos donde cada vez la barrera de lo pensable se suplantará por avances que nadie nunca imaginó, la persona con su dignidad debe seguir siendo el centro de todo. Por otra parte, la universalidad a la que se ha hecho alusión con el concepto de “casa común” que entiende el mundo como un espacio compartido por todos los credos, sistemas sociales y grupos de personas sigue siendo importante y atemporal. Lo anterior sirve  para validar la noción de que hay fuerza en la diversidad y que a su vez, entender eso viabiliza la posibilidad de un mundo donde por ejemplo, quepa el avance tecnológico y el avance humanístico de la mano y no en conflicto. Baraka sirve para demostrar que la experiencia humana, aunque diametralmente distinta y particular para cada persona, condicionada por diversos factores -como su lugar de origen, religión, grupo social, entre otros-sigue siendo parte en un entramado interconectado de gentes y experiencias que son parte de un téxtil de experiencias colectivas que se plasman en la arquitectura, en la tecnología, en la religión, pero que ninguna suplanta a la persona como centro de la experiencia de la vida.


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